viernes, 31 de agosto de 2012

Día 24: Shimanami Kaido - Niihama





Como ayer nos quedamos al principio del camino en lugar de a la mitad, eso significa que hoy volveremos a superar los 100 km de ruta (no le hagáis mucho caso a las cuentas de Bikemap sobre el kilometraje, sólo capta la carretera pero el carril bici era más corto). Menos mal que por el Shimanami Kaido se rueda muy bien. O al menos, Ainhoa puede rodar muy bien. La bici de Gabriel está en las últimas. Ya no puede meter el plato grande, con el mediano sólo le entra una marcha, y con el pequeño, otra. La cadena se sale constantemente y, por si fuera poco, volvemos a tener un fuerte viento en contra. ¿Aguantará?

Completamos el Shimanami recorriendo los 6 km del último puente del recorrido y enseguida llegamos a Imabari, donde visitamos el castillo (así, como si nos sobrara el tiempo y no nos estuvieran esperando). A lo lejos, ya vemos las nubes negras que avisan tormenta. Lo que faltaba.

Desde Imabari hasta Niihama es puro llano, pero la bici de Gabriel tiene una velocidad punta de 12 km/h, si no hay baches. Así no podemos seguir. Gabriel dice que en cuanto veamos un taller, la reparamos… y, como siempre,  los kamis nos están escuchando: a los cinco minutos aparece un taller de bicicletas junto a la carretera. Ni siquiera pensamos en la hora que es, le mostramos el problema al técnico y lo arregla prácticamente en el momento: el casete se había desviado y la cadena estaba dada de sí, así que se cambian las dos cosas, se ajustan otra vez todos los cambios, una pequeña puesta a punto… ¡y bici nueva! Pasamos de los 12 a casi 40 km/h para poder llegar a Niihama antes de que anochezca. Pero entonces se pone a llover o mejor dicho, a diluviar. En algunas zonas de la carretera el agua nos llega hasta los tobillos. Estamos completamente empapados, ya es de noche, y tenemos que buscar la casa de nuestro anfitrión, que alcanzamos a eso de las siete y media. Una ducha caliente, una cena rica, unas cervecitas y ya estamos recuperados.























jueves, 30 de agosto de 2012

Día 23: Higashihiroshima - Shimanami Kaido




Nos despedimos de Koubun y sus compañeros de piso y comenzamos la etapa de la mejor manera posible: cuesta abajo. A lo largo del viaje hemos tratado de diseñar las etapas de manera que podamos visitar las cosas más interesantes pero procurando seguir la línea de costa, con la esperanza de no destrozarnos las piernas con el desnivel acumulado. Según pasan los días, el cuerpo se va acostumbrando a las cuestas. Viajar en pareja también puede ayudar aunque, como todo, tiene sus ventajas y sus desventajas. Parece que las cuestas se suben mejor, aunque la fuerza poderosa que te impulsa a seguir adelante la mayoría de las veces no es el amor… sino el orgullo. Y ésta es un arma de doble filo, un sentimiento que en muchas ocasiones no sirve para nada. Poder compartir una experiencia así con tu pareja es una suerte maravillosa pero cuando vienen los días malos, cuando el cansancio hace mella, cuando el calor te derrite el sentido común, pagas tus frustraciones con la única persona que tienes al lado. Y como bien señalaba Alicia en la página de Rodadas, cuando discutes con tu pareja en tu casa, puedes coger la puerta y marcharte a dar un paseo… pero en ruta no hay escapatoria posible. Por eso es muy importante de vez en cuando tener tiempo para hablar, para coordinar las etapas y el modo en que se van a afrontar, acoplar el pedaleo de cada uno y guardar en la alforja ese orgullo inútil. Hoy es un día para todo esto.

Seguimos nuestro camino desde Higashihiroshima hasta Onomichi por una carretera bonita, pero transitada por todos los camiones que hay en Japón. Algunos (pocos) camioneros nos pitan, unos para darnos ánimos y otros para meternos prisas; otros, no se molestan en guardar ninguna distancia de seguridad con nosotros, y sufrimos el rebufo; y luego están las personas especiales, ésas que nos estamos encontrando a lo largo de todo el camino: un camionero nos pita y se detiene unos pocos metros más adelante, esperándonos. Cuando llegamos, sale de la cabina con una botella de Aquarius y una sonrisa de oreja a oreja. Nos refrescamos y comentamos en japinglish nuestro viaje. Esta gente es increíble.

Cuando llegamos a Onomichi, damos un breve paseo por sus calles. Para variar, se nos hace tarde. La idea era quedarnos hoy más o menos por la mitad del Shimanami Kaido, una ruta indicada para recorrerla en bici, de unos 70 km, a lo largo de una serie de islas que unen la gran isla de Honshu con el Shikoku. Nos decepcionan un poco porque se vende como un carril bici, un camino ideal donde no te molesta el tráfico que contamina. En realidad, no se diferencia demasiado de cualquier otra carretera con un carril bici al lado, que tantas veces hemos recorrido en Japón. Aunque es cierto que se agradece el hecho de que está muy bien asfaltado y hay muy pocos coches, si bien es verdad que tampoco es la ruta más bonita de Japón, ni la más pintoresca. Lo más espectacular son los puentes que conectan las islas, auténticas megaconstrucciones.

Se nos está haciendo de noche y no tenemos ni comida ni dónde dormir. El próximo camping está a unos 15 km. Tampoco es un camino especialmente salvaje para hacer acampada libre. Decidimos continuar hasta encontrar algo de comer y deshacer los últimos kilómetros recorridos para volver al camping que hemos pasado hace un rato. Como nos ocurrió en Miyaijma, éste también está cerrado. No podemos disfrutar de la ducha, pero acampamos en una bonita pradera junto a la playa y cenamos bajo la luz de la luna llena.





miércoles, 29 de agosto de 2012

Día 22: Miyajima - Higashihiroshima




Esta noche Gabriel apenas ha podido dormir, así que ha podido contar unos siete u ocho terremotos. Como hemos acampado sobre una plataforma de madera podemos sentir mucho más las vibraciones de la tierra. Con todo, se levanta antes que Ainhoa e intenta, una vez más, arreglar su bici. Cada vez suena más, entran peor las marchas y nos tememos que el desastre es inminente. ¿Aguantará hasta Osaka? ¿Aguantará al menos hasta que encontremos un taller de bicicletas?

Volvemos a escalar las dos colinas que separan el camping del santuario de Miyajima, que a primera hora de la mañana está más lleno de ciervos que de turistas. Gabriel tiene la teoría de que han traído los ciervos para que los niños se entretengan mientras los mayores ven el santuario.

El famoso torii rojo de Miyajima no nos impresiona tanto. Probablemente sea por el efecto abrasivo de haber visto miles de fotos de la puerta. Pero el santuario en sí es precioso, y todo lo que hay alrededor (incluidas las tiendas de souvenirs) son muy interesantes. Para cuando nos vamos, ya está abarrotado de gente.

Cogemos el ferry que va directo desde Miyajima hasta el PeaceHall de Hiroshima, para ver el parque y el museo de la bomba atómica. Cuesta unos 20 € y tarda alrededor de una hora, que Gabriel aprovecha para dormir y Ainhoa para escribir estas líneas. Si alguna vez vas a Hiroshima, recuerda que existe este ferry y comprueba el horario, ya que hay muy poquitos al día pero merece la pena, sin duda.

El museo de la bomba es sobrecogedor. Sus paredes están empapeladas con la historia de la ciudad de Hiroshima y el desarrollo de la guerra. La mayor parte de los turistas van directos a las vitrinas morbosas pero conviene recordar cómo y por qué ocurrió semejante desgracia. Eran los últimos días de la Segunda Guerra Mundial: la marina japonesa había sido reducida a escombros oceánicos, los aviones eran atravesados por la munición estadounidense como si fueran de papel y los altos mandos estaban divididos; los bombardeos sobre las ciudades elevaban el número de muertos a varios cientos de miles. Y parecía que la guerra nunca iba a acabar, que los japoneses no se iban a rendir, que cada civil se había transformado en un soldado. Así que desde EEUU se decidió poner fin a la guerra de la manera más drástica. Tenían preparadas cuatro bombas atómicas. La primera fue la que explotó en el cielo de Hiroshima, abrasando todo lo que encontró en un radio de 2,5 km. El gobierno nipón ya había tomado la determinación de rendirse, pero no aceptaban las condiciones. En lugar de esperar hasta llegar a un acuerdo, se lanzó una segunda bomba, que iba destinada a Kokura. Pero el piloto no podía ver su objetivo debido al mal tiempo, así que cambió el rumbo hacia Nagasaki, donde se repitió la triste historia de Hiroshima. Ambas ciudades aún sufren la maldición de la radiación.

Cuando salimos, apenas hablamos. Aún estamos digiriendo lo que hemos visto y escuchado en el museo, pero no podemos detenernos mucho más: aún quedan unos 30 km, hay que subir una montaña más y quedan pocas horas de luz. Así llegamos a Higashihiroshima, una pequeña ciudad oculta entre valles verdes, donde pasamos una noche muy agradable en casa de Koubun.




martes, 28 de agosto de 2012

Día 21: Suooshima - Miyajima




Lo que hoy iba a ser una etapa corta se convierte sin saber muy bien cómo, en otro día de más de 75 km. Dejamos atrás una isla paradisíaca, de la que no os vamos a enseñar ninguna foto, no por egoísmo, sino por la tromba de agua que nos cae cuando salimos. Una lluvia que no nos va a abandonar en todo el camino, pero tampoco hay que quejarse viendo lo que están sufriendo en Kyushu. Debido al tifón, la temperatura ha caído más de 10 grados. Hoy es el primer día que usamos manga larga (además de chubasquero, claro). Montar en bici cuando llueve es un engorro, pero al menos hoy no nos dará una insolación. Recreemos un momentazo Forrest Gump: en Japón, hay varios tipos de lluvia. Lo que en España sería una lluvia con todas sus letras, en Japón no sería más que un chirimiri (palabra vasca, no japonesa).  Cuando hay un tifón por los alrededores, la lluvia es más fina, pero viene acompañada por un fuerte viento y cae durante todo el día. Lo más temible son las tormentas de verano japonesas, como las que nos pillaron en Karatsu o Fukuoka: ésas en las que las nubes negras de repente bajan a la tierra y desde que cae la primera gota (o debería decir goterón) sabes que tienes cinco minutos para buscar un refugio.

Nos desviamos ligeramente del camino por la costa para ver el famoso puente de Iwakuni. Es precioso y parece devolverte a tiempos pasados, a pesar de haber sido reconstruido un par de años atrás, después de que un tifón lo destrozara. Los kamis nos dan una tregua con la lluvia a la hora de comer, a la de almorzar y para sacar unas fotillos al puente.

Finalmente, cogemos un ferry hasta Miyajima, donde se encuentra la famosa puerta roja que la marea inunda dos veces al día. Esa misma que aparece en los fondos de pantalla de Windows.

Cuando nos bajamos del ferry, nos piden de nuevo los billetes también en Miyajima, y conseguimos hacer comprender a la mujer de la taquilla que los hemos entregado antes de coger el ferry. Culpa nuestra: cuando llegamos, en lugar de salir directamente, nos entretenemos mirando un ciervo, y para cuando cogemos el camino correcto, ya habían cerrado la barrera. De todos modos, ¿cómo se supone que habíamos llegado a la isla con bicis y todo? ¿nadando?

Primera idea: acampar. Pero como estamos empapados, mejor un bungalow. Subimos un par de colinas en miyajima, el camping al que vamos está más lejos de lo que esperábamos. Cuando llegamos, está cerrado. Entre que discutimos, decidimos qué hacer y montamos la tienda en el primer sitio que pillamos, ya se ha hecho de noche. Tampoco hay ningún sitio para comer, así que nos vamos a la cama castigados sin cenar. El que sí cenó fue un ciervo (al que llamamos Paco) que, rebuscando en nuestras alforjas, encontró una piel de plátano.







lunes, 27 de agosto de 2012

Día 20: Yamaguchi - Suooshima




Con toda la pena del mundo, nos despedimos de la encantadora familia de Josh. Éste nos acompaña en los primeros kilómetros del día con la bici. Nos indica el camino, vamos a recorrer unos tranquilos 20 kilómetros a lo largo del carril bici que discurre junto al río. O al menos en teoría, porque nos perdemos y nos cuesta un ratito encontrarnos.

Vamos a mostraros muy poquitas fotos hoy. No tenemos tiempo de hacer turismo, hay que completar la etapa más larga de este viaje, más de cien kilómetros.

Sentimos el tifón que está arrasando Okinawa. Tenemos un fortísimo viento de cara que nos impide avanzar. Tanto que en una cuesta abajo no pasamos de 12 km/h. Se estima que el tifón pase por Kyushu al día siguiente y luego se desplace hacia Korea. Debemos de caerle bien a los kamis, por ahora estamos teniendo muchísima suerte.

Cuando ya hemos sobrepasado los 99 kilómetros, Hikaru nos recoge en el puente que une la gran isla de Honshu con la preciosa isla de Suooshima. Subimos y bajamos por una carretera sin tráfico, junto a la costa, que nos recuerda nuestros mejores tiempos por el sur de Kyushu. De momento, la parte de Honshu que hemos visto acusa más la mano del hombre. Parece que los japoneses han conseguido domesticar la isla.

La familia de Hikaru nos espera para cenar. Para entonces, el cuentakilómetros marca 115 km. La cena es realmente sabrosa. Todo, hasta el arroz, ha salido de las tierras de la familia de Hikaru. Jamás habíamos probado un arroz con tanto sabor. Nos encanta la conversación con su madre, haciendo Hikaru de intérprete.

Gabriel se asusta porque en la habitación vemos la araña más grande del mundo. Eran como unos 20 cm de animal, se oía incluso cuando caminaba por la pared. Hikaru y Ainhoa intentan hacerle comprender que tener una araña en la habitación es bueno porque se come los mosquitos, pero no parece muy convencido. En todo caso, hay que descansar de un largo día.




domingo, 26 de agosto de 2012

Día 19: Yamaguchi


Hoy es nuestro primer día real de descanso. Para celebrarlo, nos levantamos bien prontito por la mañana, a eso de las 7, aunque nos quedamos un buen rato más en la cama. Estamos realmente felices por poder quedarnos con Josh y su familia, que nos van a enseñar Yamaguchi.

Es una ciudad preciosa, encajada en un valle rodeado por escarpadas montañas. A pesar de ser la capital de la prefectura, no sentimos que estemos en una ciudad ultramoderna, como otras que hemos atravesado en el norte del Kyushu. Aún conserva la magia de la tradición, que se refleja en la arquitectura de las casas unifamiliares y, por supuesto, en los árboles podados de una manera exquisita.

El plan era pasear con la familia al completo, pero una de las mellizas se porta mal, y se queda castigada con su madre en casa. Así que salimos a recorrer Yamaguchi con Josh y la melliza más tranquila (o menos inquieta) de las dos. Primero vamos a la iglesia de San Francisco Javier, levantada con un mal gusto de asombroso postmodernismo. Recuperados del susto, Josh nos lleva al restaurante donde se gestó el complot entre los clanes japoneses que hicieron posible la Restauración Meiji.

A mediodía vamos a comer a un auténtico restaurante japonés, de esos a los que sólo podemos ir acompañados porque no entendemos lo que pone en la carta… ¡y en caso de entenderlo, no sabríamos cómo pedirlo!

Por la tarde, visitamos una de las pagodas más bonitas de Japón (según nos dice Josh, las guías aseguran que es una de las tres más hermosas, aunque no aclaran cuáles son las otras dos).

Y seguimos con los complots. Hablamos de la dichosa crisis, de política, de economía, de buenas y malas costumbres… y de hermandades. Concretamente, de que la ciudad de Yamaguchi está hermana con Pamplona, la ciudad de origen de Ainhoa. Cada año hay un “Spanish festival” que, se supone, recrea el ambiente pamplonica. Lo que en términos japoneses significa paella y flamenco, básicamente. Josh piensa que hay que cambiar esta situación, que podría montarse un auténtico festival típicamente pamplonés o, al menos, mostrar otras facetas de la cultura española. Como él y sus amigos sigan insistiendo, vamos a tener que ponernos las pilas en aprender japonés.

Se hace tarde y ya es hora de recogerse. Para cenar, Gabriel cocina una tortilla de patata que complementa unos japoneses espaguetis con pesto.

Cuando las niñas se van a la cama, los adultos tenemos una conversación de mayores: hablamos de pelis y series de dibujos animados. Les enseñamos gracias a Youtube las imágenes de nuestra infancia: Dragon Ball, Heidi, Los Caballeros del Zodiaco… Y con esas buenas sensaciones nos vamos a la cama.